13 de noviembre de 2012

¿Transmitimos nuestra personalidad con nuestro instrumento musical?

Foto: Giulianna Casas

No importa la edad en que comiences a involucrarte con la música. Tarde o  temprano, frases como "la música es vida", "esta obra es romántica", "toca con el corazón", "canta con tu instrumento" o el confuso  "toca más expresivo" te llegarán a los oídos. Con estas palabras tratamos de expresar aquello que debemos decir con sonidos. Son como ayudas motivacionales en la música.

Si estudias algún instrumento musical, probablemente has notado que algunos maestros le dan mucho énfasis a la técnica, y velarán para que tengas un buen comando de tu instrumento, lo cual es imprescindible para expresarnos sin ninguna limitación. Pero, ¿qué vamos a transmitir si no nos preocupamos por nuestro mundo interior? Una de las frases que se repiten constantemente en el ambiente musical es "tú suenas como eres". Y si no has escuchado esta frase o alguna de sus variantes, te invito a que reflexiones sobre ella. Es más, lo haremos juntos.

Cuando tocamos un instrumento musical, por ejemplo el clarinete, le damos vida soplando dentro del mismo por medio de una boquilla que sostiene una caña que, al vibrar con nuestro aliento, produce el sonido típico del clarinete. Pero más allá de soplar dentro de un instrumento, pulsar las cuerdas de una guitarra o las teclas del piano, ¿es posible distinguirnos por la manera cómo lo ejecutamos? ¿Podemos transmitir rasgos de nuestra personalidad con solo tocar la cuerda de un violín o soplar dentro de una flauta? De ahí el título de este artículo: ¿Transmitimos nuestra personalidad con nuestros instrumentos musicales?

Un instrumento musical es un aparato muy sofisticado que nos ofrece un abanico muy variado de posibilidades sonoras. Cada uno de ellos nos demanda un estudio especial para llegar a  dominarlo completamente. Entonces, para investigar esta inquietante pregunta y dar una convincente respuesta a si es posible o no distinguir rasgos de nuestra personalidad al momento de tocar nuestros instrumentos musicales, quizás deberíamos analizar algo menos complejo que un fagot, piano o violoncello. Digamos, un instrumento que tenga pocos sonidos. Un instrumento pequeño. Un instrumento nada complicado en su manejo y mecanismo. Es más, escojamos algo frío como una máquina y no un instrumento musical. Resumiendo, tendríamos que hallar una máquina pequeña, nada compleja en su manejo y que emita pocos sonidos controlados. ¿Existe este aparato?

La respuesta es sí, y emite solo un sonido que varía en duración. Me refiero a la máquina utilizada para el código morse, inventada en 1834. Estas máquinas portátiles, bastante sencillas de fabricar, emiten dos eventos distinguibles: uno corto y otro largo, con pausas entre ambos. El ritmo con el que se emiten los sonidos cortos y largos representan letras que forman palabras y a su vez, frases. A grandes rasgos, diríamos que hemos hallado algo primitivo que sirve para comunicarnos. Veamos qué podemos aprender de este aparato aparentemente inexpresivo.

Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue de vital importancia comunicarse por medio del código morse. Los alemanes utilizaban este sistema y, para despistar al enemigo, lo hacían en clave. Los británicos decidieron interceptarlos pero aunque escuchaban las transmisiones, no podían comprender lo que se estaba diciendo. Mas esto no fue un problema para los británicos. Pronto aprendieron que los alemanes tenían, en cada unidad militar, sus propios operadores de morse, y que trabajaban en turnos en un promedio de cuatro personas por unidad. Los británicos decodificaron y siguieron a los alemanes no por lo que decían, sino por quién enviaba los mensajes.

Por más asombroso que suene, los británicos organizaron grupos para escuchar el código morse de los alemanes y, poco a poco, estos sonidos cortos y largos cobraron "personalidades". En el código morse, se dice que debes tener pulso para enviar tus mensajes. Los británicos con su equipo - conformado en su mayoría por mujeres - podían distinguir quién estaba enviando un mensaje, ya que el pulso de cada individuo tiene un sello, una manera personal de ejecución. Entonces, cada miembro del equipo encargado de interceptar a los alemanes le asignaba un nombre a la persona que estaba siguiendo, e incluso, anotaba rasgos de su personalidad, ya que en cada comunicación hecha por los alemanes era inevitable entender preguntas como ¿qué tal el clima en Múnich?, ¿cómo estás hoy?, ¿cómo está tu novia?, etc. Luego, rastreaban y localizaban la señal. Ahora sabían quién y dónde se encontraba el transmisor alemán.

No interesaba a qué parte de Europa el transmisor alemán viajara con su unidad, el equipo británico lo reconocía inmediatamente: "aquí está Elsa", "ya encontré a Mario", "Óscar está transmitiendo otra vez". Esta era información de gran valor en el campo de batalla. Si un operador alemán de código morse se encontraba en Berlín y luego de tres semanas era detectado en Milán, entonces los británicos sabían que toda esa unidad militar se había movido a Italia. Si un oficial preguntaba si estaban seguros, el equipo de rastreadores británico respondería: "Estamos seguros, ese fue Óscar".

Esto prueba que, incluso con un aparato tan simple que solo emite un bip a pausas diferentes (uno corto y otro largo), es posible distinguir el pulso distintivo de una persona. El transmisor no está tratando de tener un estilo en particular, es simplemente algo inconsciente que aflora al momento de comunicarse por el código morse. Es inevitable, y los ingleses personalizaron cada señal emitida por los alemanes.

Si los británicos fueron capaces de distinguir el pulso personal de los operadores alemanes, ¿no es lógico deducir que será más obvio que nuestros rasgos y estilo personal se transmita por medio de un instrumento musical, un aparato mucho más complejo y que también es utilizado para expresarnos con sonidos?

No podemos evitar transmitir quiénes somos, sea con un instrumento complejo o con una máquina sencilla. Esto lo mostramos de manera inconsciente. La música nos enseña a conocernos a nosotros mismos. Por eso, cuando tocamos una misma obra a los dieciocho años, luego a los treinta y después a los cincuenta y cinco años, la obra suena distinta. ¿Cambió la partitura? La respuesta es no. Cambiamos nosotros. Hemos madurado. Hemos aprendido a lidiar con el miedo, con nuestras emociones, a liberar nuestra creatividad, a transmitir sin ningún tabú lo que tenemos dentro de nuestro ser. Aflora quiénes somos en determinado periodo de tiempo de nuestras vidas.

Los seres humanos somos criaturas muy complejas, con una inteligencia dinámica llena de fantasía y posibilidades insospechadas que nos diferencian de otros seres vivos. Por ejemplo, el simple hecho de leer estas líneas en voz alta - sin abrir la boca y escuchar una voz dentro de nuestras mentes-, o de imaginar una pelota de varios colores en el jardín sin verla físicamente. Así de maravillosos somos y así de maravillosos sonaremos.

Por esto, siempre le digo a mis alumnos que también es necesario cultivarnos por dentro. El universo que eres tú se muestra cada vez que tocas tu instrumento y mucha gente, como los británicos, te distinguirá inmediatamente por quién eres y por la manera especial cómo transmites tu mundo interior al mundo que te rodea.

Marco Antonio Mazzini