Recientemente hemos recibido este artículo de la revista alemana "ZEIT" - Ciencia 1/2006 y queremos compartirlo con ustedes. Valentina PalmaPor Constanze Löffler
Poder hacer de la música una profesión es para los ojos del público un sueño. La verdad es que muchos músicos padecen enfermedades crónicas como consecuencia de eso. Para muchos seguros figuran como grupo de alto riesgo por las probabilidades de tener que abandonar su carrera antes de tiempo.
Probablemente la frase "Búsquese un nuevo trabajo" es inquietante incluso para una secretaria o una cajera. Pero en su consulta es precisamente lo que Eckart Altenmüller le tiene que decir a un joven pianista de Riga. Alguien, que se pasó media vida delante del piano, estudió horas interminables y que basaba todo su futuro en su talento. "Es usted joven aún, vea el diagnóstico como una oportunidad", intenta animar el especialista al chico. Pero al marcharse incluso Altenmüller se muestra afectado.
Momentos como estos son duros, incluso después de diez años trabajando como "médico para músicos". Altenmüller, director del Instituto para Fisiología Musical y Medicina para Músicos en Hannover, tuvo que explicar a ese joven que la "distonía focal" que padecía en dos dedos ya había ido demasiado lejos. Es casi imposible curar esta enfermedad neurológica con medicamentos y terapias. Es una de las enfermedades más temida de los músicos. Los pianistas y violinistas afectados notan que de repente sus dedos no responden a lo que desean ellos como hacían antes. Los dedos se quedan sin fuerza al tocar, se contraen o se ponen rígidos.
Lo mismo pasa con los músculos de la boca de músicos de viento, o los músculos a la altura de la laringe en cantantes, pueden desarrollar reacciones incontrolables, lo que los músicos conocen como "calambre de músico".
Al igual que en el caso del pianista de Riga, estos movimientos que provocan daños se acumulan durante tanto tiempo en la mente y cuerpo del músico que la enfermedad puede resultar en el fin de una carrera musical llena de esperanza. Muchos seguros privados consideran por eso que hay una gran posibilidad que la carrera de un músico, al igual que la de un piloto, termine antes de tiempo: ambos pertenecen a un grupo de alto riesgo. Porque al fin y al cabo, la vida de un músico es altamente fatigosa. Para el público los músicos parecen la encarnación de un sueño.
Una persona descubre su talento, y además para uno de los trabajos más bonitos del mundo: la música. Se puede pasar la vida tocando, o sea, haciendo eso que más le gusta y que más ilusión le hace. Viaja por todo el mundo, pudiendo actuar, ser aclamado - ¿qué puede ser más bonito que eso? Pero según algunos estudios este sueño hace que hasta el 80% de los músicos terminan con enfermedades. Una cifra, que médicos de medicina general nunca se imaginarían tan alta.
A pesar de eso, ser músico cuenta como uno de los trabajos más dañinos y perjudiciales para el cuerpo. Más del 10% de los músicos empleados en orquestas alemanas están de baja. Aparte de eso, uno de cada ocho músicos termina su carrera prematuramente por razones de salud - tres veces más que la media general de trabajadores.
Los daños físicos van relacionados con el tiempo que uno lleva tocando: los que empiezan temprano tienen más probabilidades de acabar enfermos. Tener una enfermedad de estas es un tema "tabú" entre músicos. Muchos tienen miedo de no poder seguir en el campo de orquesta u otras actuaciones por algún problema físico. El cuerpo de un músico sufre casi igual como el cuerpo de un deportista profesional: Durante horas los músicos tocan bajo extrema tensión física y emocional, a menudo además con muy poco espacio en el caso de orquestas. Mientras los deportistas en lo mejor de su vida se pasan a otro empleo, al músico le quedan treinta años más para jubilarse. Y mientras a los deportistas después de un partido o una carrera les espera un masaje y varios días de descanso, el violinista, después de una estresante actuación tiene que ir corriendo al ensayo del día siguiente.
Hasta treinta horas semanales tienen que tocar los músicos entre ensayos y conciertos, y a esto hay que añadir el estudio diario. Se ha demostrado por análisis realizados a violinistas profesionales que después de una actuación de tres horas, los músculos y tendones se hinchan hasta un 10% del tamaño natural. Puede durar hasta dos días para que regresen otra vez a su estado normal. Una trompeta puede pesar más de un kilo.
Hace unos años, Friedhelm Biessecker no podía levantar la trompeta, el hombro le dolía demasiado. "No hice suficiente caso a los señales de alarma que me mandaba mi cuerpo", dice el trompetista de la orquesta Staatsphilarmonie Rheinland-Pflalz, pensando en lo ocurrido. El continuo estrés por demasiados ensayos y actuaciones le llevaron a una inflamación de la zona del hombro. La cortisona, analgésicos y ejercicios físicos solo aliviaban a Biessecker durante instantes. A sus cuarenta y ocho años intentaba ayudarse apoyando su hombro como podía para seguir tocando, lo cual empeoró aún más las cosas. Como no podía estudiar mucho, los nervios también le jugaban muy malas pasadas. "Siempre estaba mal preparado a causa de los fuertes dolores", recuerda Biessecker. Después de un año de constante dolor estaba físicamente y emocionalmente quemado, y pidió una baja de varios meses.
Acudió a un centro de cura para deportistas en Heidelberg para recuperarse. Al principio, el trompetista solo podía practicar durante veinte minutos. Después de un largo camino, hoy en día ha vuelto a poder tocar como antes.
Los violines y violas tienen la mandíbula más metida para dentro y manchas feas en el cuello, allí, donde se apoya el instrumento. Los vientos padecen irritaciones en la boca y los labios, y apenas hay un solo diente que está donde tiene que estar. Los guitarristas se tuercen la pelvis para tocar, y a los fagotistas les duele los cervicales a causa de su instrumento pesado. Un oído está sordo, en el otro se nota un zumbido, la circulación va loca, el corazón va a cien, y el miedo ante la próxima actuación aumenta.
Que paradoja: Tantos padres animan a sus hijos a aprender el piano y el violín, y se sienten frustrados porque al hacerse adolescentes forman un grupo de rock. La verdad es que deberían reaccionar de manera opuesta: porque el que se decide para una carrera de músico clásico profesional, va a abusar de manera exhaustiva de su cuerpo.
Al contrario entre los músicos aficionados, el índice de enfermedades es infinitamente más baja que las de sus compañeros profesionales. A pesar de esto, solo pocas orquestas llevan el debido cuidado con la salud de sus músicos. La Filarmónica de Berlín lleva a sus giras a la médico Pia Skarabis. En su casa de Berlín la médico de deportistas y quiro-masajista se ocupa de enfermedades agudas, y sobre todo de la prevención de estas. Skarabis ofrece, si un músico lo desea, junto a un fisioterapeuta un "programa de entrenamiento". Aparte de un examen médico completo la doctora no necesita mucho más: "Solo necesito saber, durante cuanto tiempo y como se sujeta el instrumento del músico".
Los ejercicios en sí deben ser relativamente prácticos para poder hacerlos en casa y durante giras. Porque solo la minoría de los músicos son aficionados al ejercicio físico. Las razones principales las encuentra Skarabis dentro de las orquestas alemanas y en sus escenarios - en los instrumentos con medidas estándar para todos, y el mobiliario inadecuado de las orquestas. "En este país es más importante que las sillas sean baratas y fáciles de recoger y guardar", dice. "No se le da atención a personas muy altas o muy bajas para nada". Con los escandinavos, por ejemplo, es esencial poder ajustar la altura de la silla.
El pianista y profesor de piano Stefan Berndt, de Hamburgo, desearía salas de concierto en las que se le pudiera ajustar la altura de los pianos de manera hidráulica. En su casa el pianista de cuarenta y un años tiene su piano puesto encima de tres bloques de madera de un centímetro en altura. "Así tengo un centro de gravedad más equilibrado y me siento recto, incluso cuando piso el pedal", explica. Desde que hizo eso no le duelen ni la espalda ni las manos. Incluso para conciertos siempre se lleva sus tres bloques de madera.
Para mejorar la postura y facilitar el trabajo de músico, hay varios objetos para casi cada instrumento: fundas para dientes, cintas para sujetar el peso, y apoyos de instrumentos. Cuando Stefan Berndt toca violín en grupos de música de cámara, lleva una goma elástica blanca, que sitúa alrededor de donde se apoya la barbilla, y que ata "invisiblemente" debajo del cuello de su camisa, y ésta sujeta su violín. El resultado: "Me canso menos y tengo más movilidad en el brazo izquierdo". Algunos músicos incluso se aventuran y dejan que se les construya artefactos encima del propio cuerpo para así buscar alivio.
Ya que la sordera por fuertes ruidos es una enfermedad laborable aceptada, las orquestas deberían repartir tapones a los músicos. El ruido en una fosa orquestal puede alcanzar los 120 decibelios, que equivale al ruido de una avioneta al arrancar. El uso de protectores para los oídos es un tema muy debatido: absorbe los golpes de las altas frecuencias, haciendo así que lleguen distorsionados al músico, sobre todo cuando son fuertes. Pero es raro que se busque más prevención en las orquestas alemanas.
Quizás precisamente por eso, la medicina alemana para músicos tiene un papel líder en Europa. Solo los americanos se interesan más con el Performing Arts Medicine (Medicina de las Artes Escénicas). Aquí, este estudio ha progresado muchísimo en los últimos quince años. Aparte de las instituciones más antiguas como las de Hannover y Dresden, se ha establecido centros nuevos en Munich, Berlín, Frankfurt y, como último, Freiburg. Una gran cantidad de médicos ahora se dedican exclusivamente a tratar a músicos. En muchos casos ellos mismos suelen ser excelentes músicos.
Durante demasiado tiempo los pedagogos opinaban en contra de los tratamientos para músicos. Decían que quienes tenían problemas físicos era porque no estaban hechos para el mundo de los escenarios, y las quejas causadas por la estresante vida de un músico profesional fueron denegadas. En muchos casos, los que tenían la culpa de dar pie a futuras enfermedades eran los profesores: Animaban a sus prodigiosos a estudiar hasta que no pudieran más. Hacer ejercicio físico no se veía con buenos ojos, y todo lo que posiblemente quitara tiempo al estudio se consideraba un estorbo.
La nueva generación de pedagogos es más consciente de sus responsabilidades en esto. El profesor de chelo Klaus Stoppel recomienda a sus alumnos ejercicio, y hacer varias pausas durante el estudio. Desde hace treinta y tres años es chelista profesional, y durante diez de estos padecía fuertes dolores en el hombro derecho. "A pesar del dolor, he seguido dando conciertos siempre, aunque muchas veces con ayuda de medicamentos", cuenta Stoppel. "Me pasé - estudiaba durante horas, ensayos, conciertos con la orquesta, música de cámara." Cuando ya no funcionaban pastillas contra el dolor, pomadas, la cortisona, y la fisioterapia, el chelista decidió operarse. Su espalda le dolía tanto que había dado por sentado no poder volver a tocar. "Simplemente no podía más". El cartílago artificial del hombro derecho estaba mientras tanto tan desintegrado que los extremos de los cartílagos se rozaban desprotegidos.
Desde la intervención hace unos meses de un especialista de Hamburgo, el chelista Stoppel está por fin de nuevo con la Filarmónica de Hansestadt, desempeñando su trabajo. La fisioterapia y el descanso son ahora tan importantes como el estudio diario. La violinista Dany W. no cree mucho en las casualidades. Hace cuatro años, y a pesar de encontrarse bien, fue al médico para un examen. "Durante el estudio se descuida totalmente el cuerpo y la respiración". Pero a pesar de estar consciente de estar sufriendo bastante estrés en el trabajo, no se esperaba lo que le venía encima.
Hace dos años, la joven de treinta y tres años que toca en una orquesta en Munich, fue diagnosticada con una enfermedad típica de músicos de cuerda: dolor de espalda crónico, que en el caso de Dany casi termina con una hernia discal. Aparte del trabajo físicamente estresante, Dany reconoció que hubo otro factor muy importante: "Nuestra sección de violines de repente cambió de líder, una persona con quien no lograba entenderme bien en el ámbito laboral".
En el nuevo instituto de Medicina para Músicos en Freiburg la psicosomática es muy importante. La directora del instituto, Claudia Spahn, hasta hace poco profesora, es especialista en esta materia. "Precisamente con los músicos los problemas psicológicos se manifiestan en síntomas físicos", explica después de sus experiencias de los últimos ocho años. "Y las enfermedades físicas para un músico rápidamente se transforman en problemas psicológicos". La alta exigencia a uno mismo, la presión dentro del ámbito orquestal y las expectaciones del público son posibles factores. A pesar de la situación en Alemania que con sus 135 orquestas profesionales y otros diez mil músicos profesionales ofrece más trabajo que en el resto de Europa, la competición es extrema.
El elevado número de alumnos y la necesidad de ahorrar hace que cada vez haya menos plazas. Muchas veces quien logra conseguir una plaza fija, intenta por todos medios no tener que pasar por ahí otra vez. Al ritmo de la batuta del director, el conjunto tiene que conseguir éxitos en los ojos del público. Cada nota equivocada se oye - en el mejor de los casos, solo por los vecinos, en el peor, por todo el público. Y del agrado del público depende nada más y nada menos que la financiación de la próxima temporada y el futuro de toda la orquesta. Muy común entre los músicos es el miedo escénico y los nervios. Uno de cada cuatro intenta suavizar la tensión con calmantes para el corazón, con alcohol o con remedios y hierbas naturales.
La Norddeutsche Rundfunk ofrece a sus tres orquestas residentes cursos en técnica Alexander, un método para combatir estas actitudes inapropiadas. Desde el año pasado los músicos de la NDR tienen también la posibilidad de practicar con un especialista asignado, que les ayuda enfrentarse a situaciones estresantes en el escenario. Annegret Sternagel terminó sus estudios de corno en 1989 en la Folkwang-Schule en Essen, y después empezó a estudiar el piano. Después de pocos meses, le dolían las manos.
En lugar de las cinco horas normales, apenas podía estudiar dos. Y también en sus tareas diarias le dolían. El dolor en las clases de piano se volvió tan intenso que la joven que aspiraba a ser profesora de música decidió dedicarse a informática. Cinco años más tarde, esta mujer de treinta y nueve años echaba tanto de menos el poder hacer música, que de nuevo empezó a tocar el corno y entró en una orquesta de aficionados. Pero a los dos años su sonido empezó a temblar y las notas agudas solo las podía conseguir con mucho esfuerzo y concentración. Lo intentó todo: Homeopatía, Logopedia, Kinesiología, incluso profesores nuevos. Pero no pudo deshacerse de la aflicción.
Para quien empieza ya desde niño a estudiar con regularidad y disciplina, y cuyo círculo de amigos y tiempo libre estén vinculados a la música, es especialmente difícil aceptar que su cuerpo ya no puede más. Casi ninguna otra profesión se parece en eso a la de músico. "La enfermedad le da al músico justo en la diana", dice Claudia Spahn. Un pequeño número de músicos que enferman logran superar el cambio y deciden dedicarse a otro tipo de vida. O si no, a pesar de la enfermedad siguen allí intentándolo. Muchas veces el abandono prematuro de una carrera profesional termina en soledad y depresión.
Al pianista Robert Schumann terminó una posible carrera brillante como pianista por sufrir una distonía. Los últimos dos años de su vida los pasó en un centro para enfermos mentales después de intentar suicidarse.
Pero afortunadamente solo se termina tan mal en pocos casos. Stephan Poppe sufría hace unos años una crisis, cuando padecía una distonía. De repente ya no era dueño de los músculos de su cara; no podía aumentar la resistencia de sus labios, y encontraba muchas dificultades a la hora de tocar el trombón. "Tenía el temor de no poder volver a tocar bien nunca más", recuerda a sus cuarenta y siete años. Hasta entonces era uno de los mejores trombonistas del país. Poppe pidió una baja de cuatro meses, y visitó más de una docena de médicos.
Al final, el diagnóstico se lo dio el especialista en distonías de Hannover, Altenmüller. Entre tres y cinco años puede tardar el cuerpo en 'olvidar' la mala reacción que se padece en una distonía y que se creen nuevas reacciones en los nervios. Con Stephan Poppe cualquier tono que sacaba podía ser dañino. Después de su vuelta a la Filarmónica de Hamburgo, contó lo sucedido en confianza a íntimos compañeros y al director titular. La mayoría de ellos tuvieron mucha paciencia y le ayudaron a recuperarse.
Tras cuatro años, el trombonista está casi donde estaba antes de su enfermedad. "Lo más difícil es no rendirse", dice. "Paciencia y muchos pequeños pasos eran necesarios, interrumpidos por algunos problemas, y conseguir la confianza en mis habilidades para tocar".
Para Catherine Rechsteiner el 2003 fue el peor año de su vida. La pianista de veinticuatro años padecía un dolor de manos crónico. En cualquier momento ya no iba a poder tocar nada. Como muchos de sus compañeras iba de médico en médico. El ortopeda prescribió una terapia, el cirujano quería operar directamente. Pero nadie podía garantizar a la joven pianista que después del tratamiento sus manos iban a funcionar sin problema como antes.
Al final, en el punto más bajo de la vida de Catherine Rechsteiner se propuso un descanso. "Si ya no se puede tocar el piano, pero se puede hacer otras cosas, uno tiene que pensárselo', dice. Porque después del problema de manos, empezarían los problemas de espalda, y la joven suiza decidió dejar de tocar por un tiempo. Solo abría la tapa del piano de vez en cuando para tocar, sin la tensión de tener que estudiar. Así disfrutaría del sentimiento de tranquilidad.